viernes, 3 de diciembre de 2010

Nithreus)


Como supone toda perdida, olvidé donde se encontraban las manecillas del reloj.

Recordé como un viejo a la deriva su sonrisa, queriéndome llevar a orillas de lo

desconocido, de los recuerdos ajenos de los que cualquiera se avergüenza.

Cosas incontables, y los astros no querían detenerse, y yo no quería morir;

el mundo una vez más se vengaba de mi pobre resistencia y no tenía otra

que deslizarme en un bucle de ideas tormentosas.

El segundo corazón se desbocaba, perseguido por la serenidad impasible del

muscular reloj, nadie quería mirar lo que se encontraba a través del cristal,

la sonrisa jamás se podía reconstituir.

Y una carcajada, la enésima y la última, sosegada por la sangre que manaba de

sus heridas, al fin y al cabo, era humano, era de esperar, era el final.

La omega se alzaba impune en el más allá de mi mente, un símbolo que susurraba

inquieto en la profundidad superficial de lo que supone una mente mortal.

Entonces, después de un silencio tan incómodo y apetecible, sus manos buscaron

inquietas la caja de cerillas. Sólo había pasado un lapso de tiempo en el exterior,

no se habían movido las manecillas, sólo sus ojos reflejaban su mente.

Y los quiso arrancar.


viernes, 20 de agosto de 2010

En realidad, no fue tu culpa:

No fuiste tú quien cerró la puerta a mis espaldas, ¿verdad?

Debería haberte advertido de que yo soy una de aquellas

personas que al ser encerradas en algún lugar pequeño sufren mucho.

Y eso es lo que hiciste, encerrarme con un grupo entero

de personas de las cuales desconocía su existencia.

La puerta crujió detrás de mí, y pude observar a una

multitud agobiante retorciéndose, apretándose y empujándose

entre ellas en un espacio demasiado reducido.

¿Que crees que pensé? Me habías dado un pequeño cuchillo,

afilado, que reflejaba mi mirada. Estaba nervioso, en aquel

antro no se podía ni respirar, todo hedía a humanidad.

Era como si me lo susurraras con delicadeza en mi oído,

una sugerencia llena de inocencia,

como si mi ojo ciego se hubiera despertado de un sopor

espeso y se clavara ahora en la humanidad, clamando

venganza.

El sonido del miedo, la voz de los cortes en la carne húmeda

de sudor, los gritos.

Los globos oculares ciegos contemplaban la danza muda del

cuchillo, las voces iban in crescendo, acunándome en un

mar de sangre.

Para eso me querías, para nada más. La sala está vacía, y yo,

cual fantasma olvidado en el pasaje de los años, atrapado

en ella.