Nadie pudo percibir el extraño aroma que emanaba de los tiernos labios del muchacho.
Yo tenía lágrimas en los ojos, pero para él eran invisibles. No llenaban estas sus apagados
ojos de colores.
Un aullido terrible, vaciando las entrañas, en sus brazos el tierno cuerpo apagado del chico.
¡Venganza, sólo ansiaba venganza! ¡Que el silencio aclamara abruptamente que tenía
razón! ¡Que las campanas machacaran los oídos de los humanos!
¡Venganza, por Dios, había cerrado los ojos del muchacho más tierno del mundo!
Egoísta ser inmortal, ¿que has hecho? ¿Porque debo yo llevarme la mala parte?
Dejó con cuidado al muchacho en el ataúd, acariciando por enésima vez su pelo cobrizo.
Su semblante parecía dormido, taciturno, perdido en alguna ensoñación terrible de la
cual era incapaz de volver.
"Silencio, pequeño, vela por los vivos;" pensé, "pues más vale que tus tiernos párpados
mantengan tus dos tristes lunas en algún lugar extraviado de la tierra, pues será tanta
la sangre que por tí vierta, que preferirás abrazarte al recuerdo de aquella muchacha que
te abandonó, cuando dijo quererte..."
Un crujido.
La tapa del ataúd se desliza pesadamente, ocultando su rostro. Gira con elegancia en sus
talones, para desaparecer por los pasillos de la antigua mansión antediluviana.