viernes, 3 de diciembre de 2010

Nithreus)


Como supone toda perdida, olvidé donde se encontraban las manecillas del reloj.

Recordé como un viejo a la deriva su sonrisa, queriéndome llevar a orillas de lo

desconocido, de los recuerdos ajenos de los que cualquiera se avergüenza.

Cosas incontables, y los astros no querían detenerse, y yo no quería morir;

el mundo una vez más se vengaba de mi pobre resistencia y no tenía otra

que deslizarme en un bucle de ideas tormentosas.

El segundo corazón se desbocaba, perseguido por la serenidad impasible del

muscular reloj, nadie quería mirar lo que se encontraba a través del cristal,

la sonrisa jamás se podía reconstituir.

Y una carcajada, la enésima y la última, sosegada por la sangre que manaba de

sus heridas, al fin y al cabo, era humano, era de esperar, era el final.

La omega se alzaba impune en el más allá de mi mente, un símbolo que susurraba

inquieto en la profundidad superficial de lo que supone una mente mortal.

Entonces, después de un silencio tan incómodo y apetecible, sus manos buscaron

inquietas la caja de cerillas. Sólo había pasado un lapso de tiempo en el exterior,

no se habían movido las manecillas, sólo sus ojos reflejaban su mente.

Y los quiso arrancar.