En realidad, no fue tu culpa:
No fuiste tú quien cerró la puerta a mis espaldas, ¿verdad?
Debería haberte advertido de que yo soy una de aquellas
personas que al ser encerradas en algún lugar pequeño sufren mucho.
Y eso es lo que hiciste, encerrarme con un grupo entero
de personas de las cuales desconocía su existencia.
La puerta crujió detrás de mí, y pude observar a una
multitud agobiante retorciéndose, apretándose y empujándose
entre ellas en un espacio demasiado reducido.
¿Que crees que pensé? Me habías dado un pequeño cuchillo,
afilado, que reflejaba mi mirada. Estaba nervioso, en aquel
antro no se podía ni respirar, todo hedía a humanidad.
Era como si me lo susurraras con delicadeza en mi oído,
una sugerencia llena de inocencia,
como si mi ojo ciego se hubiera despertado de un sopor
espeso y se clavara ahora en la humanidad, clamando
venganza.
El sonido del miedo, la voz de los cortes en la carne húmeda
de sudor, los gritos.
Los globos oculares ciegos contemplaban la danza muda del
cuchillo, las voces iban in crescendo, acunándome en un
mar de sangre.
Para eso me querías, para nada más. La sala está vacía, y yo,
cual fantasma olvidado en el pasaje de los años, atrapado
en ella.