viernes, 20 de agosto de 2010

En realidad, no fue tu culpa:

No fuiste tú quien cerró la puerta a mis espaldas, ¿verdad?

Debería haberte advertido de que yo soy una de aquellas

personas que al ser encerradas en algún lugar pequeño sufren mucho.

Y eso es lo que hiciste, encerrarme con un grupo entero

de personas de las cuales desconocía su existencia.

La puerta crujió detrás de mí, y pude observar a una

multitud agobiante retorciéndose, apretándose y empujándose

entre ellas en un espacio demasiado reducido.

¿Que crees que pensé? Me habías dado un pequeño cuchillo,

afilado, que reflejaba mi mirada. Estaba nervioso, en aquel

antro no se podía ni respirar, todo hedía a humanidad.

Era como si me lo susurraras con delicadeza en mi oído,

una sugerencia llena de inocencia,

como si mi ojo ciego se hubiera despertado de un sopor

espeso y se clavara ahora en la humanidad, clamando

venganza.

El sonido del miedo, la voz de los cortes en la carne húmeda

de sudor, los gritos.

Los globos oculares ciegos contemplaban la danza muda del

cuchillo, las voces iban in crescendo, acunándome en un

mar de sangre.

Para eso me querías, para nada más. La sala está vacía, y yo,

cual fantasma olvidado en el pasaje de los años, atrapado

en ella.